Era una obligación y había jurado solemnemente que iba a cumplirla. Mi contraseña en el mail la había elegido él y yo adherí a ella desde hacía años: "amordeporvida". Entonces, cuando empecé a sentir los primeros síntomas, cerré los ojos e hice fuerza para levantar las pesas y sostenerlas, estirando bien las venas del cuello, y resistir el mayor tiempo posible. Claro que como le pasa a los levantadores de pesas...por más fuerza que uno haga, termina largándolas a la mierda. Y cagándose. Finalmente, no importa ganar o no el premio. Ya está. Uno hizo lo que pudo y ya no puede más. Puso todo lo que le dieron las fuerzas físicas, o psicológicas y después se quedó quieto, mirando como lo único que le quedaban era los brazos más estirados. Las pesas en el suelo, apenas balanceándose. Inertes.
Al principio, traté de seguir como un autómata, moviendo la cabeza y el cuerpo con un pequeñísimo delay, comandando minuciosamente cada movimiento. Si me ponía a escuchar, sentía bajito pero claro el cric cric cric de mis rodillas. Me acostumbré a vivir sonriendo como un maniquí de vidriera de antes. Ahora no sonríen. Como las modelos, pucherean. Todos pucherean. Yo puchereo. Pero no hay nadie que diga “¡qué cosita divina, que gracia!”. Al contrario, los demás te apuntan con el dedo limpio -capaz que con el único que les queda, y te acusan de socavar la base de la sociedad y dilapidar el futuro de su mayor tesoro.
Me apuro culpable a cerrar ventanas. Y no estoy haciendo nada.
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